Me asomé por las rejas de mi ventana y en la vereda de enfrente apareció un hombre que me llamó la atención porque caminaba demasiado lento y aún así de detuvo, esperé, entonces volvió a caminar y dió tres pasos, de nuevo se detuvo mirando el piso, abatido, parece estar muriendo con sus brazos atrás en la meditativa calma de profundos pensamientos, calle abajo pasó frente a él un joven que de reojo lo miró, llevaba pantalones cortos y un sombrero alón, camino a la playa, el moribundo quizás sintió su voz lejana hablando por celular, pero es difícil porque él está metido en el pavimento que lo sostiene y en el próximo paso que logre dar; uno, dos, tres, cuatro pasos nuevos aparecen como una batalla en su cuerpo y queda luego en un espacio de tiempo que en su mente parece recorrer su vida y le indica que avanzó, alli se queda, sumido en el tiempo; manos atrás, su cuerpo encorvado y con la desnutrición de sus pocos kilos con los que sigue en tres pasos lentos para quedar detenido de nuevo en su soledad.
Calle abajo ahora pasó una madre joven con su hijo, apurados, conversando y riendo, no vieron al anciano ni él los vió a ellos; tomó más tiempo su descanso cabizbajo de infinita distancia del lugar en el tiempo y la memoria, para decidir dar uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce pasos y se detuvo, con un logro tan profundo en el esfuerzo de avanzar en el camino que decidió ese día, que hasta se achicó su fragil figura al inclinarse hacia adelante y quedar a la vista su angosta espalda con sus manos cruzadas como un punto de equilibrio. Volvió a subir su frente hasta cuando divisó sus próximos pasos y se perdió detrás de las rejas de mi ventana, calle arriba, en busca del resto del día en ese tiempo de su vida, con su chaleco refractante que parece proteger su invisible existencia.
MAP - abril 2022
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