"Patricia ha fallecido hoy día, pero solo es un momento de silencio, para volver luego, en cada uno de sus escritos y en sus palabras, para quedarse con nosotros…para siempre, en esta búsqueda de la Verdad, la Justicia y la Recuperación de la Memoria Histórica en torno a lo sucedido con todos nuestros ejecutados políticos y detenidos desaparecidos."
Angélica Palleras N.

En julio de 1976, cuando mi padre desapareció, cuando lo buscábamos con desesperación por las cárceles, cuando lo encontramos en el río, entonces yo supe lo que era el miedo. Ese miedo que se mete dentro de las vísceras, porque mi voz temblaba, mi vientre temblaba todo el día. Y así por semanas y no había como calmar ese temblor. Seguí trabajando y después de enterrar a mi padre, completé la entrevista que le estaba haciendo al líder sindical Tucapel Jiménez. Seis años más tarde iba a ser su turno, lo degollaron en 1982.
Vencer el miedo puede ser la columna vertebral, el eje de la vida humana y su sentido, vencer el miedo a la muerte, vencer el dolor, el miedo al abandono, el miedo a la pobreza, el miedo al desempleo, el miedo a la traición, vencer el miedo, tantos miedos. Aquí estamos reunidos frente a dos miedos: el terrorismo de estado y el terrorismo organizado por grupos privados. Dos caras de la guerra sucia.
A veces unos están ligados con otros. Yo estaba en Manhattan, en septiembre de 2001, llegué la víspera. El 10 de septiembre a una Nueva York muy calurosa y que recibió con mucha alegría una lluvia torrencial ese atardecer. Me acosté esa noche sabiendo que al otro día era martes 11 de septiembre, porque fue el día 11 de septiembre el golpe de estado en Chile. Y me desperté con el grito de alerta. Y lo primero que pensé fue en Chile. Imaginé que estaba ocurriendo otro golpe de estado en mi país. Salí a la calle a vivir ese trágico episodio con los neoyorquinos, me mezclé entre los que huían con la ropa llena de polvo, caminando como autómatas, estuve entre el pánico, ese pánico que podía palparse de tan espeso que era. Fue un día largo, largísimo, marcado a fuego en la memoria.
Por la noche me senté en la acera de la Quinta Avenida a llorar y rezar. Imaginé el dolor que habría en miles y miles de hogares a mí alrededor. La ciudad estaba vacía, paralizada por el terror. Me quedé mucho tiempo rezando hasta que pasaron las máquinas retroexcavadoras amarillas. Y después de ellas pasaban taxis sin el asiento trasero para transportar cadáveres. Sé que en algún momento pensé: alguno de estos habitantes sabrá que en un día como hoy, hace 28 años, el gobierno de su país provocó el terror y provocó la muerte a miles y miles de chilenos. Sabrá alguno que el Presidente Nixon y Henry Kissinger decidieron la tragedia en mi país. Me respondí: No, no saben o no lo recuerdan si es que alguna vez supieron.
¿Qué hacer entonces para que no se repita? La solución parece ser una sola: Justicia. Justicia social al interior de nuestros países, de cada país, porque la injusticia es el criadero de rabias y de violencias. Desde la violencia al interior de un hogar hasta la violencia que provoca el estallido social. Justicia, justicia en las relaciones internacionales. Toda la historia nos enseña que la opresión de un pueblo sobre otro crea las condiciones para devolver el golpe. Justicia para investigar los crímenes respetando el estado de derecho y condenar a los culpables de acuerdo a la ley, para que no se repita. Para un defensor de los derechos humanos es tan bárbaro lo que hoy ocurre en Guantánamo como que hoy siga sin condena el General Pinochet.
Anteayer yo estaba en Madrid y fui varias veces, durante mi estancia en la capital española, a rezar a la estación de Atocha. Y por ser chilena cada vez que salgo de mi país, la pregunta que más se repite es ¿por qué no podemos enjuiciar y condenar al General Pinochet? ¿Por qué él aún tiene tanto poder? La respuesta es simple: el General Pinochet fue la herramienta, el instrumento de terror que Estados Unidos y la ultra derecha chilena utilizaron para derrocar al Presidente Salvador Allende y para luego instaurar una larga dictadura. Más aún, Pinochet finalmente aceptó que Chile se transformara en el laboratorio del neoliberalismo económico diseñado por el Premio Nóbel Milton Friedman, en la Escuela de Chicago.
Por tanto se le debe mucho a Pinochet y esa deuda debe pagársele al menos con su impunidad. Los defensores de los derechos humanos hemos dificultado bastante el cumplimiento de este compromiso espurio. Estuvimos a punto de conseguir que Londres le extraditara a Madrid y siempre agradeceremos a España por su tarea en la defensa internacional de los derechos humanos. Hoy seguimos luchando en los tribunales chilenos. Nuevamente logramos hace poco el desafuero de Pinochet. Y nuevamente está sometido a proceso. Y ojo que estamos hablando de un General Pinochet que hasta el día de hoy conserva el título de “Padre Benemérito de la Patria”. Ahora estamos buscando la condena de los altos mandos militares y de los civiles de la dictadura. En estos días se ha procedido a la orden de arresto contra quienes fueron los ministros de seguridad interior. Es un nuevo paso. La impunidad de Pinochet también se explica por la necesidad de mantener en forma, afilada esta herramienta del terrorismo de Estado.
Me explico: Póngase en la cabeza de un jefe de la CIA, o de un poderoso empresario ultraderechista de Chile. Si Pinochet es condenado hoy, se pregunta: ¿Contaremos con los jefes militares mañana si nuevamente requerimos sus servicios? Es decir, para asegurar que mañana puedan contar con las Fuerzas Armadas para otro golpe, hay que darle impunidad hoy. Y qué decimos nosotros los defensores de derechos humanos para asegurar que mañana no se tienten con otro golpe, es justamente que tenemos que enjuiciarlos hoy y condenarlos hoy. Hay también otras formas de justicia: una de ellas dice en relación con la memoria. Que no se olvide que las nuevas generaciones recuerden nuestras tragedias. Yo trabajo en ambos espacios, colaboró con las causas judiciales, investigando y escribo mis libros para que no se olvide.
El holocausto judío no se limitó al juicio de Nuremberg y a los juicios a los jerarcas nazis que luego fueron hallados. Cada año tenemos nuevas películas y novelas que relatan esta tragedia desde los millones y millones de historias de los seres humanos. En periodismo sabemos que un millón de muertos es estadístico. Un muerto es tragedia. Y con esa medida es que trabajamos como se ha hecho en este evento. Para que la historia de un hombre, de una mujer o de una niña quede en la conciencia de los habitantes de este planeta en el futuro. Así se trabaja por la paz para proteger la vida de nuestros hijos y de los hijos de sus hijos.
Que no haya impunidad ni olvido. Que sí haya justicia y memoria. Colaborar con esta tarea permite que uno se perciba como una persona decente. Y hay que resistir con mucha fuerza las presiones en orden a perdonar y olvidar como sinónimo de buen cristiano. Cada vez que alguien me exige perdón y olvido se que estoy frente a alguien que es cómplice por acción u omisión de los crímenes. Ni el Papa Juan Pablo II permitió la impunidad de quien intentó matarlo. Como Juan Pablo II, acaban de recordarlo, el Papa fue a la cárcel, lo bendijo en señal de perdón y el criminal se quedó entre rejas hasta completar su condena. Eso es justicia. Gracias.
Patricia Verdugo.2005
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