Sunday, December 04, 2005

La Fosa Clandestina de Copiapó




En la madrugada del 17 de octubre se sintieron unas ráfagas que venían desde los cerros, a la salida del pueblo. En el silencio del estado de sitio y de la noche se sintió la acción terrorista que venía de la cuesta. Al otro día salió publicado en la prensa local que los habían ejecutado por ley de fuga, que habían decidido trasladarlos y que a la salida del pueblo, en la Cuesta Cardones, los presos habían intentado huir y los habían matado Todo el pueblo pensó que los habían hecho bajar del camión, los habían hecho correr y los habían asesinado por la espalda y que no entregaban sus cadáveres porque tenían más balas de las necesarias que requiere una supuesta detención, o tal vez, los habían llevado hasta ese lugar y los habían fusilado, con un pelotón de fusileros y como no existían cargos ni razones judiciales que justificaran ese fusilamiento, se estaban justificando con un traslado y un intento de fuga.
En el Cementerio Municipal, lugar donde la prensa decía que habían sido sepultados, el administrador dijo que no sabía donde estaban y que habían estado unos militares por allá atrás del recinto, en el libro de ingresos diarios al cementerio, en la página del día, figuraban alrededor de once marcas, hechas con lápiz de pasta roja al lado de nombres escritos con tinta negra, letra manuscrita, cursiva.
En la parte trasera del cementerio, como indicó el administrador, efectivamente habían huellas de un camión y de un jeep que provenían desde un portón de servicio lateral hecho de calamina galvanizada, huellas que llegaban al frente de un árbol y de una fosa abierta sin utilizar, del jeep no se veían huellas de alguien que se hubiese bajado, pero, desde el camión si existían huellas de a lo menos dos personas que habían caminado hasta el borde de una mancha de tierra removida, las marcas dejadas en el suelo eran típicas de las botas usadas por los militares de esa época.

Desde ese día y por años, la mancha de tierra tuvo guardia militar. Allí dejábamos flores y los guardias las sacaban en cuanto nos retirábamos, a veces nos devolvíamos desde la puerta del cementerio y ya no estaban las flores. Madres, padres, hermanos, esposas, hijos, amigos y compañeros de los fusilados llevaban flores al espacio de la tierra removida. Los familiares directos íbamos por derecho propio, o el derecho que nosotros nos dábamos, porque igual nos seguían los guardias del ejército. Por otro lado, los que no eran familiares y corrían mayor riesgo, tiraban desde lejos las flores si era necesario, en forma clandestina y de esa manera, todos los días tenían flores, que aún cuando permanecían poco tiempo, llegaban a ese lugar. Con el tiempo la gente tiró semilla y crecieron flores, "docas""siempre vivas", “rayitos de sol” y otras flores de fácil crecimiento.


Entonces se transformó en una mancha de flores y luego en un jardín, cuidado y querido por todo el pueblo, jardín que resaltaba de los demás como un símbolo de amor para quienes habían pagado con su vida el sueño de un pueblo. Pasaron a ser parte de la vida diaria de Copiapó en los años de dictadura y todos los visitaban a lo menos para saludarlos, el ejército retiró la guardia, la mancha se hizo cada vez más hermosa y cada año, el 17 de octubre se hacían misas en la catedral del pueblo, era una reunión anual a la que asistían pobladores, mineros, estudiantes, mujeres, intelectuales y todo aquel que estaba en contra de la dictadura y el crimen. Se llenaba de gente que se iba en romería al cementerio a saludar a “Los Fusilados de Copiapó”. En plena dictadura esa mancha florida se fortaleció y se hizo inamovible. Resistió al miedo y a las amenazas de los servidores del crimen. Ya no tenía guardias de punto fijo, pero los agentes de la dictadura chequeaban y seguían todo el movimiento de resistencia pacífica que generaba la mancha florida.
Nunca el ejército los entregó, nunca nos entregaron a nuestros familiares asesinados, ni dijo donde estaban, tampoco la administración del cementerio, pero fueron surgiendo las voces de los testigos. Personas que desde la altura del cerro lateral al cementerio, agazapados tras las ventanas de sus casas sin luz, vieron el camión que entró y de él bajaron militares y tiraron los cuerpos en esa fosa que los esperaba, los pobladores de ese sector alto y cercano, después de sentir las ráfagas terroríficas del 17 en la madrugada, vieron con la luz de la noche como lanzaban los cuerpos de las víctimas en una fosa del cementerio. Esos pobladores y muchos otros fueron parte del movimiento que generó esa mancha de flores donde estábamos seguros, estaban nuestros muertos y de hecho allí los hallamos posteriormente, en el año 1990.

Angélica Palleras

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