Adolfo Palleras Norambuena: una storia tra le vittime della Caravana de la muerte
Chantal Castiglione
Italia 2021
La rebeldía corre al sonido de la música rock,
manifestaciones y luchas que abarcan los jóvenes de muchos países.
Somos como una única familia diseminada por este mundo roto y al revés,
somos pies que marcamos el mismo compás,
somos guitarras electrícas que rugen por las calles.
Una canción, bailes desenfrenados, caras pintadas para protestar
en contra de los apoderados que quieren controlar nuestra vida.
Otra canción, otro baile contigo mi pequeña,
volamos bailando hasta alcanzar nuestro espacio mágico,
donde seguimos aún ahora volteando. ¿Escuchas la melodía?
Fragor de los truenos que llaman tormenta, la anuncian,
mensajeros de revolución inminente.
El rock, banda sonora de los desposeídos, de los sin techos,
de los que viven en callampas y conventillos, niños sin zapatos,
a las orillas de las ciudades sordas e insensibles
a los pedidos de los pobladores.
Seres humanos dejados a la deriva, sin derechos, sin plata,
pero con la dignidad de los que combaten a diario para seguir avanzando
y controvirtiendo los ordenes de una sociedad que para sentirse mejor
necesita explotar y someter los pobres, los indigentes.
Pero ha llegado el tiempo en el que también estas comunidades sumergidas
encuentren la forma más adecuada para su redención:
la redención que surge de las luchas, de los cabros valientes,
de las tomas de terrenos baldíos, del derecho a la vivienda.
Pequeña hermanita, rock rebelde, bandera roja y negra, niños peleando,
humanidad caminando, sonrisas viajando.
Me llamo Adolfo Mario Palleras Norambuena, tengo 26 años,
soy dirigente del Movimiento Pobladores Revolucionarios y del MIR.
Estoy entre los enemigos internos de esta dictadura civico-militar
que se instaló de apoco pero que ya hace sentir sus garras, robando vidas,
rasguñando futuro.
Los sin casas, hermanos de vida y de lucha, ideales que no se apagan
tampoco con la brutal represión del régimen.
Miles de flores de copihues naceran de nuestra sangre.
Somos como cosechas de cosechar para llegar a la liberación.
Espigas de trigo frágiles y resistentes al mismo tiempo.
Tocando guitarra, cantando canciones, bailando.
El tiempo se va. La felicidad también. Días tristes. Noches nubladas.
Se adelantan caravanas militares sembrando muerte en todo el País.
Y nosotros caímos al suelo.
Corvos y cuchillos a destrozar nuestra carne de revolucionarios
al servicio del Pueblo y de todos los desfavorecidos: pobladores sin derechos,
niños con las manitas moradas y la mirada tierna, ancianos desesperanzados.
El derecho a la casa debe ser un derecho inalienable
y lucho por eso hasta el sacrificio más grande,
el de donar mi vida por esta justa lucha.
Tomamos los terrenos y construimos nuevos modelos de inclusión social.
Me asesinaron con tanta violencia por mis sueños e ideales, por mis útopias,
permanezco un luchador social, los niños me rodean
y los jóvenes me nombran.
Soy la revolución permanente de los sin voz.
Estoy aquí, empujando a la acción, ni un paso atrás si no para tomar impulso.
En el aire va una vieja canción rock, nosotros tomándonos de la mano
empezamos a bailar en nuestros recuerdos hermosos.
La revolución a paso de danza.
Murmullo de emociones narradas por la memoria.
Y la voz de los que ya no estamos se une a la de los que siguen
combatiendo al grito de ¡Venceremos!
Buscáme en la música compartida
y en esta voz potente que levanta a mi gente perdida.