Monday, August 11, 2008

Juan Bustos, valiente en su destino y consecuente en sus ideas


Unos le hacen frente mejor que otros, algunos se aterran, y él supo aceptarla con la fuerza de sus ideas, la fortaleza de su espíritu y aquella libertad invaluable que otorga la valentía de no temerle.

Por Jorge Escalante

/ La Nación

Viernes 8 de agosto de 2008




En 1972, Juan Bustos (primero a la derecha) fue uno de los que recibieron en Chile a seis de los presos políticos del ERP fugados del Penal de Rawson en Argentina.



Juan Bustos sabía que podía morir. El cáncer es agresivo y reparte destrucción, tarde o temprano. Tuvo que confrontarse con la sombra de la muerte, como cada cual está obligado a hacerlo en esa circunstancia.

Unos le hacen frente mejor que otros, algunos se aterran, y él supo aceptarla con la fuerza de sus ideas, la fortaleza de su espíritu y aquella libertad invaluable que otorga la valentía de no temerle.

Como a decenas de miles, el golpe militar truncó su vida y debió partir pronto al exilio para evitar ser apresado. Pero saltó del fuego a las brasas y fue hecho prisionero en Argentina en torno a la Operación Cóndor. Lo salvó Alemania, donde había realizado un doctorado en Derecho Penal en la Universidad de Bonn en la década del 60.

Así se libró de que la DINA lo sacara y lo trajera a Chile donde probablemente habría perecido a mediados de los años setenta. Tal vez ninguno podría darle ahora el adiós de cuerpo presente y su tumba sería hoy el fondo del mar atado a un trozo de riel más pesado que su propio destino.

Se impuso por su categoría y sabiduría, aquello era su principal cualidad reconocida por sus pares, aún quienes fueron sus enemigos. Y en esto, Bustos nunca se equivocó: llamó enemigos a sus enemigos y amigos a sus amigos.

Si fue o no ultraizquierdista durante Allende y la Unidad Popular, algunos lo afirman y aquellos que lo consideran su propio pecado mortal, lo suavizan. Pero lo fundamental es que nunca se arrepintió de nada. Reconoció errores, que es muy distinto. "Lo más seguro es que si yo volviera al pasado haría lo mismo Lo repetiría todo", contestó en una entrevista en 1998.

Honduras y España se incluyeron en su larga trayectoria del destierro, pero fue en esta última donde se asentó y llegó a ser juez suplente de la Audiencia de Barcelona y catedrático de Derecho Penal en la universidad de esa ciudad. Pero ello no evitó el trato de inmigrante latinoamericano.

"En España a veces me gritaban que me fuera del país porque les quitaba el trabajo a los españoles, y lo peor es que despectivamente me decían sudaca", afirmó en otra entrevista en 1989.

Ya en Chile, su corazón que bien latía se prendó de las causas por las violaciones a los derechos humanos. Su historia y la de sus amigos muertos y desaparecidos lo sentaron en esos estrados. Y fue brillante litigante e implacable defensor del Derecho Penal Internacional.

"Aquí siempre debe primar la internacional y sus tratados", dijo más de una vez. Su inicio en sociedad en Chile en estas lides sucedió a mediados de los años noventa en el juicio por el crimen del ex canciller Orlando Letelier en Washington. Representó a la viuda Isabel Margarita Morel y los hijos del asesinado ministro de Allende.

Las argucias y negativas del "Mamo" Contreras y su segundo en la DINA, Pedro Espinoza, más los argumentos de sus respectivas defensas jurídicas, no pudieron con el demoledor discurso penal de Bustos. Y, aunque nunca ninguno confidenció pecado, fueron sentenciados a presión por múltiples presunciones fundadas.

Desde entonces su vitalidad demandante y pasión por los fundamentos jurídicos bien construidos fue signo de temor para la parte contrincante. Fue parte de los querellantes en el extenso proceso por las ejecuciones extrajudiciales de la Caravana de la Muerte.

Su
estatura de penalista fue importante para conducir al procesamiento y prisión a los que integraron "la comitiva". Luchador incansable para derogar la ley de amnistía, su última batalla fue el proyecto de ley que aún circula por los pupitres de los honorables, que busca impedir que los crímenes contra la humanidad sean beneficiados con amnistía y la prescripción.

Ácido pero respetuoso polemista, linajudo negociador, centrado articulador político, culminó como la tercera autoridad de la República, como entró ya en la historia y el recuerdo. Nunca dijo no a la prensa, o casi nunca.

En una ocasión su voz sonó algo dramática: "es que ahora no puedo porque el tratamiento me deja muy debilitado, llámame mañana". Lo abrazamos aquella vez por el teléfono deseándole suerte como tantas veces lo hicimos de cuerpo presente en distintas circunstancias. Porque del buen ánimo se encargaba él mismo.

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